martes, 27 de diciembre de 2011

Sobre el odio... Estilos de vida

Estaba harto de esa ciudad. Adoraba su cultura y las tradiciones que me habían inculcado en mi familia. Pero había algo errado con el resto de la gente, o quizás era yo el que estaba mal.

Estaba cansado de ir siempre a los mismos sitios, ver siempre las mismas caras, los mismos estereotipos. Cansado de vivir entre un montón de imbéciles que se comportaban todos de la misma manera, unos detrás de otros, día tras día, sin pensar por sí mismos. Eran como zombis. Estaba harto de sus estilos, de sus modas, de su forma de ser. Harto de esa actitud de “tienes que hacer esto, para que tengas esto, como nosotros”, “¡jódanse!  Yo no quiero ser como ustedes”. Harto de sus gobernantes, de sus leyes ilógicas, de sus reglas, de su corrupción. Harto de los imbéciles de saco y corbata que dominaban el monopolio de la ciudad. Harto de sus hijos, harto de sus nietos. Estaba obstinado de sus uniformes, porque si algo me rompía las bolas, era esa manía de usar uniformes. Desde pequeños, cuando ingresábamos por primera vez a un pre-escolar, teníamos que usar uniformes. Nos entrenaban para que fuéramos todos iguales. Tú no podías elegir tu vestimenta ¡NO! Tenías que usar lo que ellos te decían. Cuando esos niños llegaron a la universidad, pensaron que era necesario seguir uniformados. Así comenzaron sus modas. Todos a comprar ropa de la misma marca: “porque si no usas una camisa de esta marca, no eres nadie”. Yo prefería no ser nadie. Luego en sus trabajos. Policías, doctores, enfermeros, panaderos, heladeros, bomberos, militares. Cuerda de imbéciles, todos uniformados, por una cuestión de “etiqueta”, o ¡vaya usted a saber por qué!

Lo peor no eran sus ropas. Lo peor llegó cuando me di cuenta de que todos “pensaban” igual. Todos con los mismos ideales. Nadie era capaz de llevar la contraria. Nadie era capaz de poner en duda una creencia. Por dentro todos parecían estar llenos de lo mismo: ¡un gran saco de mierda!

Sus cochinas metas materiales: “Tengo que estudiar esto para manejar la empresa de mi papá”. Sus mayores sueños eran comprar el mejor carro, el celular más caro del mercado, un televisor más grande que el del vecino, unas tetas operadas, una nariz operada, un culo operado. Todo operado, no había nada natural. Comprar, comprar, comprar. Todo para demostrarme a mí quién tenía la mayor y más podrida cantidad de mierda en la cabeza.

El día que decidí huir de esa sociedad, sentía cómo me estaba consumiendo. Yo era parte de una minoría selecta, pero creciente. Cada vez conocía más personas que odiaban las mismas cosas que yo, más personas con gustos originales, no eran mis mismos gustos, ni los gustos de los otros. Estas personas tenían sus propios gustos. Eran bien formados, bien estudiados. Lo más importante, cada uno tenía sus propios valores, sus propios ideales. El buen gusto se iba expandiendo por esta zona. Me di cuenta de que la gente estaba empezando a fomentar valores e ideales, ¡POR MODA! Y yo era parte de esta minoría creciente, que un día se convertiría en mayoría. Yo le temía a las mayorías, me parecían absurdas. Las religiones, los partidos políticos. No estaba solo. Pero tampoco quería estar con ellos, no porque ellos no valieran la pena. Pronto tendría 30 años, un trabajo, una familia, una casa, un carro, cuentas por pagar y me vería obligado a usar saco y corbata, o peor, un uniforme. Me di cuenta de que ellos si ellos podían volverse más como nosotros, cualquier día, yo podría convertirme en uno de ellos. Y huí.

Paré en la última licorería que había antes de llegar al puente, que atravesaba el río que separaba estas tierras. Compré una botella de ron y dos cajas de cigarrillos, para hacer más ligero el camino. Caminé kilómetros intentando no volver la vista atrás. Me detuve en la mitad del puente, en su punto de inflexión. Encendí otro cigarrillo y me senté con la vista puesta en el último ocaso que vería de ese lado.

Terminé de cruzar el puente mientras oscurecía el cielo. Cuando llegué al otro lado, caminé algunos kilómetros para darme cuenta de lo peor.

Lo peor fue este nuevo lugar, con este nuevo idioma, nueva cultura, nuevas tradiciones, pero plagado por la misma clase de gente, la misma mierda en diferentes cabezas. El estudiante, el policía, el panadero, el heladero, el militar. Todos buscaban el mismo destino.

Paseaba de bar en bar mientras me hacía pasar por alguien “simpático”, por uno de ellos, para conocer sus grupos desde adentro. Ya sabes: “Nunca conoces al lobo, hasta que estás en su boca”. Una botella de vodka, porque de este lado era más barata y otras dos cajas de cigarrillos, de otra marca. Y seguí paseando por sus antiguas calles de piedra, sus paredes altas y estrechas. Me encontré una mujer bailando en un bar, no era de mi gusto, pero me cruzó algunas miradas, me demostró un interés incierto. Le conté una historia que pecó de ser cierta. Ella contó dos o tres para intentar impresionarme. Yo ya había estado ahí. Le invité a tomar de mi vodka. Ella me invitó a su casa. Dejé la botella en la primera mesa que vi al llegar. Nos comenzamos a desnudar mientras me empujaba hacia su habitación. Me pidió no hacer ruido, no quería despertar a sus compañeras. Lo que ella no pudo evitar fue gritar durante los 20 minutos que duró el sexo, sí, 20 minutos, rompí mi propio récord. No tuvimos tiempo de compartir el cigarro post-coito. Le dije que iba al baño mientras se vestía, pero salí de su casa, salí corriendo como si su marido corriera atrás de mí. Corrí por miedo a quedarme.

Mientras corría bajo la oscura noche, se pintaba un nuevo amanecer en el horizonte. Aún bajo el efecto etílico, me acosté en un banco de alguna plaza. Esperaba que abrieran temprano los comercios. Apenas abrió un mini mercado, compré otra botella de vodka, aún tenía cigarros.

Caminaba sin rumbo, sin ánimo de regresar a ninguno de los lugares en los que alguna vez había estado. Volví a la orilla del río que separaba estas tierras. Observé hacia la otra orilla, veía mi pasado desmotivador. Volteaba y veía un presente desconcertante. Ahí sentado me di cuenta de que, por mucho que escapara, a donde quiera que fuera, la gente iba a ser igual y lo que yo menos quería era cambiarla. Era una ley de vida que yo odiaba y amaba a la vez. El hecho de que nadie fuera como yo, o tal vez unos pocos. No por sentirme único, ni especial. Nunca sentí la necesidad de ser alguien, para demostrárselo a otros. Era yo. Era un ser superior. Era como un Dios. Yo era mi propio Dios.

De nuevo caminé hacia el puente, siempre con la botella en la mano. Llegué a su punto de inflexión ¡Mi punto de inflexión! Terminé las últimas caladas del último cigarro que tenía. Bebí las últimas gotas de vodka. Tiré la botella ¡Y salté!


viernes, 18 de noviembre de 2011

La Barra del Bar

La vi venir de frente hacia mí. No sabía quién era, jamás la había visto por ahí. Tenía buen lejos. Sin dudarlo le extendí la mano cuando se acercó. Tenía mejor cerca.

No nos preocupamos por intercambiar nombres, directo al grano, me susurró al oído: “¿qué hay de bueno?”… Con tono ególatra le contesté: “yo”. Rió. Su sonrisa me convenció, no lo pensé dos veces antes de enseñarle el camino a la barra del bar. Le invité dos copas, a la primera me besó.

Ella era blanca, tan blanca que se le notaba el circuito venoso a través de la piel, tan blanca que, por momentos, cuando le apuntaba la luz, sentía que podía ver en su interior, pero debió ser por el efecto de lo que fumamos media hora antes. Su cabellera negra le daba a los hombros, un vestido del mismo color le resaltaban sus voluptuosas curvas.

Me hablaba sobre una relación acabada poco tiempo antes, con algún imbécil que no la supo apreciar. El resto no me importó. Ella notó mi indiferencia y en una sacudida, un cambio de ánimo, me invitó a la pista de baile. Nunca vi bailar a alguien con tanta euforia, tanta sensualidad, me rozaba sin piedad, volvió a mi oído y me dijo: “vámonos de aquí”.

Caminamos hasta mi apartamento, porque no tuve mejor idea. Subimos, le ofrecí de beber. Serví dos whiskys en las rocas. Mientras preparaba unos aperitivos, entró a la cocina, tenía puesta apenas su lencería de encaje negro.

Se abalanzó sobre mí, en un ágil movimiento de brazos la pude sostener. Nos acostamos sobre la mesa. Los vasos de whiskys quedaron olvidados en el suelo, los aperitivos pasaron a tercer plano, nos fuimos directo al postre.

Tendido en la mesa fría, ya sin camisa, con ella encima de mí, pude notar su femenino poder, su voluptuosidad. Le acariciaba los senos mientras ella danzaba ritualmente. Nos desnudamos en la cocina, lo hicimos en la mesa, con la despensa de un lado, la nevera al frente, pero obviamos el ambiente. Lo transformamos en fantasía.

Pasamos al cuarto, para hacer el segundo round más cómodo. Ya en confianza con nuestros cuerpos, se paseaba por los pasillos desnuda, podía observarla desde mi cama.
Entró de nuevo, con un portarretrato en la mano y pidiendo explicación sobre la foto: “¿qué significa esto?”… ¡Qué inocencia!

Una foto besando a una ex novia que todavía rodaba por ahí por un descuido… Pero apenas llevaba un par de horas conociendo a aquella mujer. No tenía por qué darle explicaciones.

Se colocó de nuevo su vestido negro, se acomodó el cabello y se fue.

Me levanté de la cama, coloqué de nuevo el portarretrato donde estaba, fui hasta la cocina a recoger los vidrios rotos y secar las manchas de whisky en el suelo y… No me sentí mal, pues recordé cómo brillaba aquel diamante en su dedo anular, mientras bebíamos en la barra del bar.



sábado, 5 de noviembre de 2011

Rarezas de una Noche Paranoica

Sentía como se me quemaba el pecho, acostado boca arriba en esta piedra. Los flashbacks traían recuerdos escasos a mi memoria… Aquella habitación diminuta, inhóspita, perfumada, ahumada, sin ventilación, sin una salida al exterior.

La cantidad de gente sudando, riendo hilarante, gritando vehemente… Y la música estaba tan alta… Pero no era música, eran voces, voces de niños, de viejos, de muertos y llantos, llantos de mujer y ruido, el ruido de los carros, ruido de esquizofrenia, estampas de manicomio.

Cuando por fin nos dignamos a salir, nevaba, nevaba en una ciudad donde no acostumbraba nevar, pero a nadie le importaba, era necesario respirar.

Caminabamos por calles extremadamente estrechas, con bares alrededor. La gente bailaba impaciente, tenían sexo en el piso húmedo por la nieve y había botellas rotas, jeringas, chaquetas de cuero, ropa interior gastada. Se sentía el pánico alrededor.

Aquella mujer de dos cabezas, en la puerta de un bar sin luz nos llamaba, nos arrastraba… Nosotros, como llevados por un demonio, entramos sin pensar. Nos adentramos por un pasillo de paredes onduladas, que se acercaban una a la otra, cada vez más. La luz azul al final nos indicaba la sala de juegos… Cuatro mesas de pool, una mesa de blackjack, unas cuantas tragamonedas y otra vez las chaquetas de cuero negro, tipos gordos, sudados, con barbas largas, con lentes oscuros, como si estuvieran en un día soleado de playa, eran amenazantes.

Llegamos hasta la mesa de futbolín, al final de la habitación. De pronto estábamos uniformados, listos para jugar, dos contra dos. Olvidamos el mundo exterior, olvidamos incluso el que nos rodeaba en ese momento. Estábamos solos en un local abandonado, jugando el más épico de los partidos de futbolín. Destrozamos la mesa, el vidrio, los tubos y todo a su alrededor,  nos sumergimos en un mundo troyano y armamos una guerra a muerte, a muerte, hasta que fuimos echados del local por dos gorilas de seguridad, monos peludos, de dos metros y medio de altura y más anchos que un tronco de sequoia.

Volvimos a los callejones estrechos, aún estaba oscuro el cielo, la gente continuaba follando en la nieve, eran locos, locos de remate. “¡Un psiquiatra, necesitamos un psiquiatra!” gritaba alguien, eufórico.

Entramos a otro bar, de luces tenues, la gente bailaba al compás de ningún sonido, era ruido, bailaban sin guión… Los labios de una mujer superdotada se me acercaban mientras se perdía su mirada en la mía y viceversa, ahora mis piernas flotaban entre una densa nube… Me llevaron hasta un cuarto apartado, de cortinas vino tinto, con un sofá en ‘L’, me acostaron, mujeres semidesnudas me acosaban, me incitaban,  mientras yo veía como la imagen de un Cristo aparecía en las paredes, como una mancha de aceite, aunque, quizás… Quizás era una Magdalena.

Caminamos y caminamos por horas, hasta llegar nuevamente a aquella habitación diminuta, inhóspita, perfumada, ahumada, sin ventilación, sin una salida al exterior… Y ahí estaba yo, acostado en aquella piedra, junto a ella, mientras sentía el ardor en mi pecho y trataba de descansar, de descansar eternamente, mientras me preguntaba ¿qué había sido todo aquello?

Pero el descanso no fue eterno… El día que abrí los ojos, ella ya no estaba y no había nadie que me pudiera responder.

lunes, 31 de octubre de 2011

Ocho Demonios

Tengo ocho demonios encerrados en una botella. Siete mujeres y un hombre. Cada uno tiene distintas virtudes y defectos. Cada uno completa mis días, faltos de amor y esperanza.

Les veo mientras hacen sus fiestas, sus orgías. Nada les hace más felices que pasar sus días en excesos, como el sexo. No hay espacio en la botella, para raciones pequeñas.

Un día me propuse unirme a su fiesta, pero, yo no podía entrar en la botella, pues me quedaría adentro para siempre. Tampoco podía sacarlos a todos porque crearía un caos inhumano. Ellos dominarían el mundo, le enseñarían a las personas su forma de vida, su arte; los mentalizarían con la idea de que lo único que se necesita para vivir, es tener sexo.

Así decidí sacar uno por cada día de la semana, siempre con el consentimiento de Astaroth (el único demonio masculino, en la botella). Él era su líder, su macho alfa.

Un domingo decidí sacar a Astaroth de la botella, para que habláramos en privado y comentarle la idea. Estuvo de acuerdo, pero puso sus términos y condiciones. Yo acepté ciegamente y firmé su contrato. El elegiría el orden.

El lunes, para comenzar, saqué a Gomory (tras la orden de Astaroth), conocida en el bajo mundo como “la maestra del sexo”. Astaroth me dijo que antes que nada, debía aprender todo sobre el sexo y no había nadie mejor que ella para inculcarme.

Gomory me enseñó en una noche, lo que no había aprendido en una vida. Posiciones, maneras, pero lo más esencial, me enseñó a valorar, cuidar, respetar, admirar y venerar el cuerpo de una mujer.

De Gomory debo resaltar también, que cada lunes, practicamos el más complejo, sexy y artístico 69. Ella es la mejor maestra que me ha podido tocar.

Con todo esto aprendido; llegó el martes. Según Astaroth, debía sacar a Is Dahut, “la amante insaciable”, ella no se cansaría de darme placer, y yo tuve que aprender a no cansarme de darle placer a ella.

Lo mejor de Is Dahut, es que, cada martes, me da ocho horas del mejor fellatio, luego yo le doy ocho horas del mejor cunnilingus y sólo después de eso, pasamos al coito. Amante insaciable, insaciable de verdad.

Cuando llegó el miércoles, comencé a pensar en la abstinencia. Astaroth sabría de esto, pues me ordenó sacar de la botella a Abrahel.

Abrahel es el demonio de los pobres de espíritu. Pobre de espíritu es como se sentiría cualquiera después de pasar por las piernas de Is Dahut.

Abrahel me consume con sutileza de santa, sin olvidar que es un demonio, me roba el alma antes de que me dé cuenta. Siempre conversamos un poco antes de cada sesión, me deja desahogarme, y cuando se llena con mi desdicha, me amarra a la cama, me amordaza, se viste de cuero negro y comienza su función.

Llega el jueves y Astaroth tiene claro su plan. Jueves y viernes se unirían en un solo día de 48 horas, con dos mujeres. Todo un festival de sexo, ménage à trois.

Para eso, cada jueves, debo sacar de la botella a Andras y a Zalir; una bisexual y la otra lesbiana, respectivamente. Ellas son mis fiestas de fin de semana. Con ellas hay música, striptease, alcohol, drogas, sexo. Todo durante 48 horas, sin descanso. Son días de vida en excesos que terminan en frías y solitarias mañanas sabatinas.

Día sábado. Todo vuelve a la “normalidad”, vuelvo a estar en pareja. Para los sábados, Astaroth me tiene preparada a Iset, “protectora de cortesanas y prostitutas”. Como tal, cada sábado, debo pagar al contado, a cambio del placer que quiera recibir.

Iset sería capaz de llevarme al infinito del universo, si por ello le pagara, y vale cada centavo.

Un día le pregunté que dónde había aprendido tanto. Me comentó que aprendió todo en la botella, las teorías de Gomory, las llevó a la práctica con Zalir, y de ahí salió toda la experiencia que ahora vende.

Llegó el domingo, último día, como cada domingo, nadie lo espera. Sólo faltaba un demonio por probar. Astartea, esposa de Astaroth. Supuse que él me habría guardado lo mejor para el final.

Astartea es el tipo de mujeres que se encuentran en la salida del supermercado con sus dos hijos y muchas bolsas en las manos. La mujer trabajadora, que lava, plancha y cocina. Incondicional ante su familia, pero que, justamente, los domingos, encerrada en un cuarto con un hombre, recuerda su naturaleza demoníaca.

Así me lo demostró desde el primer día. He temido preguntarle su edad, aunque siento curiosidad. Está en la edad perfecta, su vagina cálida y húmeda parece de 16 años, con un cuerpo de 25 y una experiencia de 50. Más que sexo, Astartea me hace el amor cada domingo, cuando más lo necesito.

Llega de nuevo el lunes, y continúo mi rutina…

Y así paso cada semana de mi vida, encerrado entre demonios promiscuos que me han enseñado a valorar su arte. Los veo, actúo con ellos, y aunque quisiera salir de esta vida, ya es demasiado tarde. No leí la letra pequeña del contrato, la parte donde les vendía mi vida y mi alma… Y ahora me consumo en mi lujuriosa perdición.

lunes, 17 de octubre de 2011

Noches de neblina

Dicen que no todo lo que brilla es oro, pero si brilla por alguna razón, fuera de lo común será. Si brilla, se debe aprovechar. No se debe opacar ese brillo menospreciándolo, nunca sabemos cuándo nos pueda hacer falta.

Aquella fue una noche de mucha neblina, como lo serían otras tantas a partir de esa fecha. El otoño es triste, tan triste como se veía en las películas.

La neblina cubrió mi vista hasta el punto de no dejarme ver mis propias manos frente a mis ojos. Fue aquella noche cuando recordé la falta que me hace ese brillo cristalino. No se trataba de no saber vivir en la oscuridad, ni de temerle, porque a esa escena ya me acostumbré.

El brillo se ha ido alejando poco a poco hasta apagarse casi por completo, aún queda una aurora en el horizonte, pero yo ya estoy a oscuras y, a pesar de no soportar la compañía, me sigue faltando algo, ese halo que me ilumine el camino de estas calles inhóspitas por las noches de neblina.



sábado, 1 de octubre de 2011

Carta a una amiga

Calamaro me enseñó que “las musas no son mujeres ausentes”, pero en esta oportunidad, debo diferir del maestro. Hoy te ausentaste y sentí este gran vacío que me impulsó a escribirte a ti.

Tanto me has apoyado, tanto me has dado y yo, no he sabido estar a tu nivel en todo este tiempo. Eres la mejor persona que existe, el mejor regalo de la vida, eres tú, amiga. Siento que te debo tanto, y estas letras no serán suficientes, pero va el esfuerzo, porque es por ti.

Hace algún tiempo, antes de que llegaras, me prometí a mi mismo no escribir más sobre el “amor” (por cursi, trillado, novelesco, etc.), pero es imposible contar tu historia, sin hacerle mención.

Tú me conoces mejor que nadie, tanto como yo a ti, y aunque hablemos de todo, todo el tiempo, siempre tendremos más por decir.

No sabes cuánto admiré tu valentía, tu coraje… Viajar seis mil kilómetros, atravesar un océano, aviones, trenes, metros, buses, carros… Por amor, no es fácil, y te admiro por eso. Yo, por cobarde, tomé el mismo camino pero para alejarme de uno, de varios.

Tú lo creaste, lo creíste, lo buscaste, te lo ganaste. Has hecho lo que pocos locos se atreverían a hacer: viajar por amor, sentir en vez de pensar. Quizás te precipitaste, pero en esta ocasión no importa, porque hiciste siempre lo que sentiste correcto y no te equivocaste.

Quizás te fuiste esperando más de su parte, queriendo más. Pero tranquila, amiga, porque tú estuviste perfecta, no lo pudiste hacer mejor porque nadie habría podido hacerlo.

Volverás y volverá a ser perfecto, tu momento, otra vez…

Volverás y vivirás, muchos más meses como este…

Espero que lo hayas disfrutado, espero que tu viaje haya estado a la altura de lo que esperabas. Sé cuan feliz fuiste, confío en que no te arrepentirás de nada, y espero con ansias tu regreso…

Para ti, con cariño…



"Nunca es largo el camino que conduce a la casa de un amigo."
-       Juvenal

lunes, 22 de agosto de 2011

Nuestra Revolución

Fuimos soldados en esta guerra
Mi izquierda contra tu diestra
Pero esta guerra no era la nuestra
¿Quiénes somos nos?

Nunca supimos de su intención
Nos atacamos sin compasión
Perdimos vuelo en esta misión
¡Yo no quería atacarte a vos!

Armas a cuestas
Tres dedos de testa
Afeitada la cresta
¡Es nuestra revolución!

Yo estaba dispuesto a dejarlo todo
Olvidar estos mares, limpiar este lodo
¡Yo no quería dejarte a vos!

Perdimos, ganamos
Mas nunca olvidamos
Sin armas en mano
¡Es mi revolución!

Yo no quería dejarte
Pero es más fuerte que yo
¡Es nuestra revolución!

martes, 16 de agosto de 2011

Reflexiones Insomnes

Tengo tres días sin dormir, setenta y dos horas, no voy a seguir sacando cuentas para parecer más específico, ya saben a lo que me refiero. No me he bebido ni una taza de café, quizás un vaso de Coca-Cola.

No he fumado nada extraño, cero drogas. Hasta el cigarro he dejado en estos tres días. ¿Cómo lo dejé? No me pregunten, él me dejó a mí.

¿Cómo he hecho para mantenerme despierto? Tampoco lo sé; pensando, sería mi respuesta más lógica, o por lo menos, la única basada en un hecho sincero.

La verdad es que lo único que he hecho en estas setenta y dos horas ha sido pensar. He llegado a conclusiones a las que no llegaría durmiendo 1/3 de día (que es lo que duerme un ser humano común).

Pero, ¿qué he sacado de todo esto?

¿Sabías que, según el dato anterior, un ser humano “común”, duerme un tercio de su vida?

Es decir, si mueres a los 75, habrías pasado 25 años durmiendo.

Ok, más realista, porque no espero llegar tan lejos. Si vives hasta los 60, sólo habrías vivido 40 años, mientras habrías pasado 20 años durmiendo.

20 años, para mi es una eternidad, es más de la mayoría de edad. Cuando cumplí mis 20 años ya me sentía un viejo, es toda una vida. Me traumatiza el hecho de que la gente duerma tanto y no viva.

Si cuando estamos despiertos es que somos “productivos” (algunos), es cuando hacemos algo, es cuando disfrutamos este período de tiempo al que llamamos “vida”.

Y muchos dirán “pero el cuerpo necesita descansar” y yo no responderé algo tan cliché como “el cuerpo descansará bastante cuando muera”. Es la verdad, necesitamos descansar. YO NECESITO DESCANSAR.

Pero, pensar y escribir, me parecen mejores actividades.

¿Será este notable hecho el causante de mi insomnio?


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Mi segundo punto es, ¡QUÉ INCREÍBLE ES LA VIDA DE LOS PERROS!

Son bárbaros, ellos tienen todo el tiempo del mundo para descansar y aún así, están despiertos, sin nada que hacer. Sabios.

Estuve analizando el comportamiento del perro de la casa y me dije a mí mismo “quiero tener una vida de perro”.

Claro que hay perros que la pasan mal, pero, como todo, son cosas de la vida. También hay personas en la calle, moribundas, sin hogar. Ser “personas” no nos salva de ese mal.

Si yo fuera un perro, sería tan feliz. Viviría esperando que me sirvieran la comida y el agua. Mientras tanto le ladraría a todo el que me pasara por al lado, como si entendieran de qué se trata mi revolución.

Si nosotros entendiéramos a los perros, seguro ya nos tendrían dominados.

La otra cuestión es que, ellos andan por ahí, dejando a sus cachorritos en cualquier perra y desentendidos totalmente de cualquier tipo de responsabilidad. Claro, para hacer esto tampoco hace falta ser perro, conozco hombres tan animales como para hacerlos. Pero a estos animalitos no les pesa la ética, ni la moral. Nadie hablará mal de ellos, ni serán mal vistos, porque son perros, es su naturaleza.

Por eso, ¡QUIERO UNA VIDA DE PERRO!



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Para concluir… Conocí una mujer… Sí, otra mujer.

No la he visto en persona, no he escuchado su voz. Si vi tres o cuatro fotos de ella, es mucho. Tampoco me hace falta más.

Más de ella, causaría un efecto contraproducente, algo desastroso en mi persona.

He hablado con ella alrededor de dos semanas, quizás un poco más, quizás un poco menos, pero estoy seguro que es de las mujeres más especiales que he conocido en algún tiempo. De esas que de verdad llaman mi atención.

Ella no es una más del montón.

Pero no puedo tenerla en exceso, no quiero aburrirle, ni quiero aburrirme de ella. Ella es, simplemente, genial.

Tiene actitud, fuertes ideales, razonamiento, críticas con bases fundamentadas. La conozco como si tuviera dos años hablando con ella, pero son dos semanas.

Ha pasado por cosas peores de las que yo he pasado, y la confianza que me demostró, cuando me contó sobre su vida, fue impecable.

Tiene buenos gustos musicales. Le gusta el fútbol, tanto o más que a mí. Quizás diferimos en algunas opiniones, pero para mí, ella es muy ideal.

No quiero alargar más esto, creo que conseguí mi hora de dormir. Pero de seguro, esta historia continuará…

lunes, 8 de agosto de 2011

Homicidio culposo

Se supone que el primer beso no se olvida, ni se olvida la primera persona a la que has besado. El primer beso es como el primer crimen, ese primer homicidio casi culposo, en el que no olvidas a la víctima. La víctima te persigue cada noche.

Pero en mi caso fue diferente. No recuerdo mi primer beso, no recuerdo a mi primera víctima. Recuerdo los detalles opacos, como destellos que vienen a mi memoria.

Recuerdo los nervios que sentí, como cualquier otro novato. Recuerdo el clima frío, recuerdo un abrazo.

Recuerdo unos labios resecos acercándose, recuerdo su sabor y recuerdo el momento en el que desenfundé el arma.

Ella estaba tranquila mientras yo me acercaba, no reaccionó. No se protegió, ni se defendió, ni siquiera huyó, y tiempo tuvo de sobra para escapar. Pero, ¿por qué no corrió? Sabiendo el peligro que la rodeaba.

Ella se dejó llevar por el momento, dejó que el clima la congelara y le paralizara las piernas. Yo no tuve piedad. Nunca practiqué, pero saqué mi mejor disparo a la primera.

Se fue al suelo como una piedra, nuestra respiración sincronizada la calmaba. Nada va a pasar –le dije- como si yo fuera el experto en la materia.

La arropé con mi chaqueta para que no temblara, luego llegaron el segundo y el tercero. Pero no llegaba nada. Dijo “quédate, no me abandones, ¿qué harás cuando te vayas?, ¿me recordarás el día de mañana?”

Desperté al otro día en mi habitación. Una nota en mi bolsillo que decía:

“¿Por qué lo hiciste? Disparar y luego irte, has sido un cobarde. Por siempre me recordarás. – Los primeros labios que besaste”.

Y he buscado tu imagen en viejos archivos, en las páginas de homicidios. Una foto, una pista, apenas una muestra de tu cara. Pero no, querida, ¡qué fácil te olvidé! Pero ¡cuánto quisiera recordarte!

jueves, 4 de agosto de 2011

Vivo

Vivo en cada noche que te sueño
Y muero otra vez al despertar
Vivo en cada uno de los besos
Que te sofocan, antes de dejarte reaccionar.

Vivo en cada noche que me sueñas
Y muero otra vez al amanecer
Vivo en los labios que te besan
Vivo en los ojos que te ven.

Vivo en cada mano que te toca
Y muero ante tu cuerpo en ausencia
Vivo en cada piel, que con tu piel, roza
Me voy con el viento que lleva tu esencia.

Vivo en las sábanas que te cubren
En cada prenda que a tu piel arropa
Vivo en esos cobardes que huyen
Dejando, apenas, el banco y la soga.

Vivo en cada uno de los pagos al contado
Soy dado en efectivo, después de la faena
Me voy cada mañana, en drogas, mal gastado
Esperando esta noche, poder ser de la buena.

Vivo cada vez que te humedeces
Inhalo cada lágrima que a tu rostro baña
Sabes quién soy, quien nunca se desvanece
Y al final de la jornada, tú eres quien me extraña.

sábado, 16 de julio de 2011

Básico: "Érase una vez..."


Era ruido que no hablaba
Era oído que no oía
Era puerta que no cerraba
Era ventana que no abría.

Era historia no contada
Era humo que no subía
Era barco que no flotaba
Era moneda en alcancía.

Era viento que no soplaba
Era piel que no sentía
Era corazón que no vibraba
Era oscuro aún de día.

Era avión que no volaba
Era virgen que maldecía
Era carta no jugada
Era yo el que no servía.

domingo, 3 de julio de 2011

Te vas... Como todas las demás

Hoy te vas otra vez, te vas, como te has ido todos los días.
Te vas, porque nunca te quedaste
Hoy te vas, buscando mil excusas para explicarme,
Pero no, no son necesarias las excusas, querida,
Yo sabré recuperarme.

Quizás no te di el trato que merecías,
Pero hice lo que estuvo entre mis manos.
No puedes jugar al policía,
Los dos somos seres humanos.
No tiene sentido que me digas
Que todo esto ha sido mi culpa.
No necesito tus excusas,
Yo ya estoy acostumbrado.

Hoy te vas, te vas, como se han ido todas.
Te vas, entendiendo que no me necesitas.
Hoy te vas.
Pero entiende, eres tú la diferente.
Y no todas las demás.
Hoy te vas, mientras te necesito.
Te vas, sin previo aviso.

Hoy te vas,
Y no hablaremos en un mes,
Quizás...
Pero el primer día del siguiente mes
Estarás tocando mi puerta, otra vez,
Con el mismo vestido roto,
Con los mismos ojos rojos,
Y una sonrisa al revés.


domingo, 12 de junio de 2011

Fantasma


Soy un fantasma en esta casa.
Las paredes no me frenan.
Hasta el piso me deja caer.

La espera nos atrasa.
Conocidas ya me suenan,
Las historias que hoy me dejas ver.

No soy nada de lo que ves.
Soy la ausencia entre tus piernas.
La mirada, no tan tierna,
De quien no sabe quién es.

Los dos morimos aquí,
Tú, cuando te quedaste,
Yo, cuando me fui.

El invierno más frío,
Hoy me quema la piel.
Se nos llena de hastío,
Esta luna de miel.

No soy nada de lo que ves.
Soy la ausencia entre tus piernas.
La mirada, no tan tierna,
De quien no sabe quién es.