viernes, 18 de noviembre de 2011

La Barra del Bar

La vi venir de frente hacia mí. No sabía quién era, jamás la había visto por ahí. Tenía buen lejos. Sin dudarlo le extendí la mano cuando se acercó. Tenía mejor cerca.

No nos preocupamos por intercambiar nombres, directo al grano, me susurró al oído: “¿qué hay de bueno?”… Con tono ególatra le contesté: “yo”. Rió. Su sonrisa me convenció, no lo pensé dos veces antes de enseñarle el camino a la barra del bar. Le invité dos copas, a la primera me besó.

Ella era blanca, tan blanca que se le notaba el circuito venoso a través de la piel, tan blanca que, por momentos, cuando le apuntaba la luz, sentía que podía ver en su interior, pero debió ser por el efecto de lo que fumamos media hora antes. Su cabellera negra le daba a los hombros, un vestido del mismo color le resaltaban sus voluptuosas curvas.

Me hablaba sobre una relación acabada poco tiempo antes, con algún imbécil que no la supo apreciar. El resto no me importó. Ella notó mi indiferencia y en una sacudida, un cambio de ánimo, me invitó a la pista de baile. Nunca vi bailar a alguien con tanta euforia, tanta sensualidad, me rozaba sin piedad, volvió a mi oído y me dijo: “vámonos de aquí”.

Caminamos hasta mi apartamento, porque no tuve mejor idea. Subimos, le ofrecí de beber. Serví dos whiskys en las rocas. Mientras preparaba unos aperitivos, entró a la cocina, tenía puesta apenas su lencería de encaje negro.

Se abalanzó sobre mí, en un ágil movimiento de brazos la pude sostener. Nos acostamos sobre la mesa. Los vasos de whiskys quedaron olvidados en el suelo, los aperitivos pasaron a tercer plano, nos fuimos directo al postre.

Tendido en la mesa fría, ya sin camisa, con ella encima de mí, pude notar su femenino poder, su voluptuosidad. Le acariciaba los senos mientras ella danzaba ritualmente. Nos desnudamos en la cocina, lo hicimos en la mesa, con la despensa de un lado, la nevera al frente, pero obviamos el ambiente. Lo transformamos en fantasía.

Pasamos al cuarto, para hacer el segundo round más cómodo. Ya en confianza con nuestros cuerpos, se paseaba por los pasillos desnuda, podía observarla desde mi cama.
Entró de nuevo, con un portarretrato en la mano y pidiendo explicación sobre la foto: “¿qué significa esto?”… ¡Qué inocencia!

Una foto besando a una ex novia que todavía rodaba por ahí por un descuido… Pero apenas llevaba un par de horas conociendo a aquella mujer. No tenía por qué darle explicaciones.

Se colocó de nuevo su vestido negro, se acomodó el cabello y se fue.

Me levanté de la cama, coloqué de nuevo el portarretrato donde estaba, fui hasta la cocina a recoger los vidrios rotos y secar las manchas de whisky en el suelo y… No me sentí mal, pues recordé cómo brillaba aquel diamante en su dedo anular, mientras bebíamos en la barra del bar.



sábado, 5 de noviembre de 2011

Rarezas de una Noche Paranoica

Sentía como se me quemaba el pecho, acostado boca arriba en esta piedra. Los flashbacks traían recuerdos escasos a mi memoria… Aquella habitación diminuta, inhóspita, perfumada, ahumada, sin ventilación, sin una salida al exterior.

La cantidad de gente sudando, riendo hilarante, gritando vehemente… Y la música estaba tan alta… Pero no era música, eran voces, voces de niños, de viejos, de muertos y llantos, llantos de mujer y ruido, el ruido de los carros, ruido de esquizofrenia, estampas de manicomio.

Cuando por fin nos dignamos a salir, nevaba, nevaba en una ciudad donde no acostumbraba nevar, pero a nadie le importaba, era necesario respirar.

Caminabamos por calles extremadamente estrechas, con bares alrededor. La gente bailaba impaciente, tenían sexo en el piso húmedo por la nieve y había botellas rotas, jeringas, chaquetas de cuero, ropa interior gastada. Se sentía el pánico alrededor.

Aquella mujer de dos cabezas, en la puerta de un bar sin luz nos llamaba, nos arrastraba… Nosotros, como llevados por un demonio, entramos sin pensar. Nos adentramos por un pasillo de paredes onduladas, que se acercaban una a la otra, cada vez más. La luz azul al final nos indicaba la sala de juegos… Cuatro mesas de pool, una mesa de blackjack, unas cuantas tragamonedas y otra vez las chaquetas de cuero negro, tipos gordos, sudados, con barbas largas, con lentes oscuros, como si estuvieran en un día soleado de playa, eran amenazantes.

Llegamos hasta la mesa de futbolín, al final de la habitación. De pronto estábamos uniformados, listos para jugar, dos contra dos. Olvidamos el mundo exterior, olvidamos incluso el que nos rodeaba en ese momento. Estábamos solos en un local abandonado, jugando el más épico de los partidos de futbolín. Destrozamos la mesa, el vidrio, los tubos y todo a su alrededor,  nos sumergimos en un mundo troyano y armamos una guerra a muerte, a muerte, hasta que fuimos echados del local por dos gorilas de seguridad, monos peludos, de dos metros y medio de altura y más anchos que un tronco de sequoia.

Volvimos a los callejones estrechos, aún estaba oscuro el cielo, la gente continuaba follando en la nieve, eran locos, locos de remate. “¡Un psiquiatra, necesitamos un psiquiatra!” gritaba alguien, eufórico.

Entramos a otro bar, de luces tenues, la gente bailaba al compás de ningún sonido, era ruido, bailaban sin guión… Los labios de una mujer superdotada se me acercaban mientras se perdía su mirada en la mía y viceversa, ahora mis piernas flotaban entre una densa nube… Me llevaron hasta un cuarto apartado, de cortinas vino tinto, con un sofá en ‘L’, me acostaron, mujeres semidesnudas me acosaban, me incitaban,  mientras yo veía como la imagen de un Cristo aparecía en las paredes, como una mancha de aceite, aunque, quizás… Quizás era una Magdalena.

Caminamos y caminamos por horas, hasta llegar nuevamente a aquella habitación diminuta, inhóspita, perfumada, ahumada, sin ventilación, sin una salida al exterior… Y ahí estaba yo, acostado en aquella piedra, junto a ella, mientras sentía el ardor en mi pecho y trataba de descansar, de descansar eternamente, mientras me preguntaba ¿qué había sido todo aquello?

Pero el descanso no fue eterno… El día que abrí los ojos, ella ya no estaba y no había nadie que me pudiera responder.