lunes, 2 de septiembre de 2013

Ser, conocer. He allí el dilema.

Nos gusta creer que somos seres inteligentes, sí, pero ¿con quién nos comparamos? Con animales. ¿Qué conocemos? Prácticamente una ínfima parte de lo existente. Somos apenas una conjugación de reacciones químicas y físicas. Podríamos ser planetas, polvo lunar, estrellas o una explosión nebular. Pero nos denominamos: gente, personas, seres humanos. Y tenemos esa arraigada manía de creernos superiores porque tenemos la capacidad de inventar términos para cosas tan latentes como la gravedad. Somos capaces de diferenciarnos de nuestro prójimo; sea por raza, religión o idiosincrasia. Somos tan constructores como destructores. Creamos el fenómeno de la comunicación, aunque hoy en día esté devaluado. Creemos tener La Razón y La Verdad absoluta.

Y aún así, ¿qué nos impide ser eternos? Si somos tan dueños de todo, ¿por qué estamos apenas de paso? No conocemos otra vida aparte de esta y aún así, la desperdiciamos. ¿Cómo nos conjugamos en un solo verbo? ¿Cómo habitamos en un solo cosmos? ¿Por qué no compartimos lo que debemos compartir? ¿Por qué fumamos lo que no debemos fumar? Y tú pensarás: ¿Por qué no debemos? Y yo no sé explicarte, porque soy otro ignorante. Ignoro un millón de veces lo que sé.

Podríamos estar a un millón de años luz de acá, pero aún estamos aquí. Y cuando nuestra especie esté lista para llegar allá adonde la luz podría ser de otro color, nosotros ya no estaremos para presenciar ese espacio. El Espacio. Por eso, soy un fiel creyente de que debemos dejar de perder el tiempo en conversaciones banales que no nos llevarán a ningún sitio. Mejor es que nos movamos en las fibras de nuestra existencia, allí adonde sí podemos llegar. Alcanzar lo que sí podemos alcanzar. Quiero conocer lo que de verdad eres, lo que sabes, lo que piensas cuando es supuesto que no estás pensando en nada.