sábado, 27 de abril de 2013

"Bájate, ya llegamos"

Nos dirigíamos a 50 k/h por una calle en la que la velocidad máxima permitida era de 60. Eran las 4 de la mañana. Con las ventanas abiertas podías oír el trinar de las aves en los árboles que rodeaban la infinitud del asfalto. Prendí la radio y la dejé en la primera estación que conseguí, sonaba una balada de los ’50, no recuerdo el nombre. Parecía que conducíamos hacia la muerte; y no se veía tan mal.

De pronto abrí los ojos y me encontraba en la butaca de la clase ejecutiva de un Boeing 737 con un rumbo que desconocía. Me desesperé al instante, me levanté y fui hasta la cabina del piloto para que me explicara la situación. Abrí la puerta de la cabina y la encontré vacía, no había un piloto, ni un copiloto, ni nadie con algún disfraz parecido. Peor para mi sorpresa que los 50 km/h se habían convertido en más de 400 nudos en caída y el asfalto infinito, en profundas nubes grises. Intentaba desesperadamente volver a mi asiento con la esperanza de que me salvara una inútil máscara de oxígeno cuando me di cuenta de que no había nadie más en el avión. Estaba solo en un avión que iba en caída libre sin nada cercano a un plan de aterrizaje ¿quién va a salvarme ahora? ¿A quién debo rezarle? Pero no es momento de hablar de Dios, mi prioridad es buscar una manera de salvarme.


Inspirado por el miedo volví a abrir los ojos, también porque estaba a punto de morir de un ataque cardíaco. Apenas pude oír su voz, “bájate, ya llegamos” – era ella quien nos conducía hacia la muerte… ¿o hacia esta cama? No importa, no les encuentro gran diferencia.