Dicen que no todo lo que brilla es oro, pero si brilla por alguna razón, fuera de lo común será. Si brilla, se debe aprovechar. No se debe opacar ese brillo menospreciándolo, nunca sabemos cuándo nos pueda hacer falta.
Aquella fue una noche de mucha neblina, como lo serían otras tantas a partir de esa fecha. El otoño es triste, tan triste como se veía en las películas.
La neblina cubrió mi vista hasta el punto de no dejarme ver mis propias manos frente a mis ojos. Fue aquella noche cuando recordé la falta que me hace ese brillo cristalino. No se trataba de no saber vivir en la oscuridad, ni de temerle, porque a esa escena ya me acostumbré.
El brillo se ha ido alejando poco a poco hasta apagarse casi por completo, aún queda una aurora en el horizonte, pero yo ya estoy a oscuras y, a pesar de no soportar la compañía, me sigue faltando algo, ese halo que me ilumine el camino de estas calles inhóspitas por las noches de neblina.
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