La vi venir de frente hacia mí. No sabía quién era, jamás la había visto por ahí. Tenía buen lejos. Sin dudarlo le extendí la mano cuando se acercó. Tenía mejor cerca.
No nos preocupamos por intercambiar nombres, directo al grano, me susurró al oído: “¿qué hay de bueno?”… Con tono ególatra le contesté: “yo”. Rió. Su sonrisa me convenció, no lo pensé dos veces antes de enseñarle el camino a la barra del bar. Le invité dos copas, a la primera me besó.
Ella era blanca, tan blanca que se le notaba el circuito venoso a través de la piel, tan blanca que, por momentos, cuando le apuntaba la luz, sentía que podía ver en su interior, pero debió ser por el efecto de lo que fumamos media hora antes. Su cabellera negra le daba a los hombros, un vestido del mismo color le resaltaban sus voluptuosas curvas.
Me hablaba sobre una relación acabada poco tiempo antes, con algún imbécil que no la supo apreciar. El resto no me importó. Ella notó mi indiferencia y en una sacudida, un cambio de ánimo, me invitó a la pista de baile. Nunca vi bailar a alguien con tanta euforia, tanta sensualidad, me rozaba sin piedad, volvió a mi oído y me dijo: “vámonos de aquí”.
Caminamos hasta mi apartamento, porque no tuve mejor idea. Subimos, le ofrecí de beber. Serví dos whiskys en las rocas. Mientras preparaba unos aperitivos, entró a la cocina, tenía puesta apenas su lencería de encaje negro.
Se abalanzó sobre mí, en un ágil movimiento de brazos la pude sostener. Nos acostamos sobre la mesa. Los vasos de whiskys quedaron olvidados en el suelo, los aperitivos pasaron a tercer plano, nos fuimos directo al postre.
Tendido en la mesa fría, ya sin camisa, con ella encima de mí, pude notar su femenino poder, su voluptuosidad. Le acariciaba los senos mientras ella danzaba ritualmente. Nos desnudamos en la cocina, lo hicimos en la mesa, con la despensa de un lado, la nevera al frente, pero obviamos el ambiente. Lo transformamos en fantasía.
Pasamos al cuarto, para hacer el segundo round más cómodo. Ya en confianza con nuestros cuerpos, se paseaba por los pasillos desnuda, podía observarla desde mi cama.
Entró de nuevo, con un portarretrato en la mano y pidiendo explicación sobre la foto: “¿qué significa esto?”… ¡Qué inocencia!
Una foto besando a una ex novia que todavía rodaba por ahí por un descuido… Pero apenas llevaba un par de horas conociendo a aquella mujer. No tenía por qué darle explicaciones.
Se colocó de nuevo su vestido negro, se acomodó el cabello y se fue.
Me levanté de la cama, coloqué de nuevo el portarretrato donde estaba, fui hasta la cocina a recoger los vidrios rotos y secar las manchas de whisky en el suelo y… No me sentí mal, pues recordé cómo brillaba aquel diamante en su dedo anular, mientras bebíamos en la barra del bar.